domingo, 23 de octubre de 2011

Atravesar Duelo del Amor

Al principio del proceso amoroso se idealiza al otro hasta tal punto que la decepción, aunque sea pequeña, resulta inevitable. Nadie es capaz de cumplir las expectativas de los inicios. Todos caemos tarde o temprano del pedestal. Esa caída siempre se vive con dolor, pero también es posible que contenga aspectos buenos de los que podemos aprender. ¿Nos enseña algo? ¿Nos hace más fuertes? Ya que resulta inevitable, deberíamos obtener algún partido de ella.

Ana se sentía estafada y dolida después de que Carlos le dijera, cinco meses atrás, que daba su relación por terminada. Ahora se había enterado de que salía con otra. Los amigos la llamaban para quedar porque sabían que lo estaba pasando mal. En una cena con ellos, alguien le había dicho: “Tienes que pasar página”. “No puedo, será que soy masoca”, contestó ella. Enfadada consigo misma y con los demás, llegó a casa llorando.

¿Tenía ella la culpa? ¿No sabía retener a un hombre? Pensó que no debería haber acudido a esa cena. Ana decidió ir a una psicoterapia para salir de su estado depresivo y allí descubrió que, antes de que Carlos se fuera, ella ya le estaba rechazando. Inconscientemente, había elegido a un hombre en apariencia protector, pero que la dejaba sola cuando le necesitaba. Había repetido sin darse cuenta la misma relación que tenía con su padre. Siempre se había sentido muy desamparada y demasiado necesitada de la aprobación paterna. Su madre le había enseñado que lo mejor era no atarse a un hombre y ser independiente.

Cuando dejó de sentirse tan desamparada y aceptó las dificultades paternas, enfrentándose a él internamente, pudo construir otra imagen de sí misma. Dejó de realizar el deseo de su madre, que era estar sola, y de repetir la relación con su padre, que también le hacía sentir soledad. Investigar el porqué de su ruptura la convirtió en una mujer más libre y fuerte para amar.

TIEMPO DE LÁGRIMAS.

Si bien es cierto que la desilusión amorosa la vive cada persona a su manera, también lo es que gestionar el dolor de una ruptura conlleva un proceso que hay que atravesar cuando se sufre la pérdida de alguien a quien amamos. Este periplo puede convertirse en un renacer y para ello tendrá que concederse tiempo, no reprimir las lágrimas, dejar estallar la ira y hacerse responsable, que no es lo mismo que culparse, de la participación que se ha tenido en la ruptura. En primer lugar, hay que concederse tiempo. Con frecuencia, las personas cercanas aconsejan pasar página rápidamente.

Sin embargo, una ruptura requiere una digestión lenta. Se ha perdido a la persona en la que se tenían puestos ideales, sueños, proyectos... Estamos obligadas a una readaptación. Cuando se ama y se es amado, se alimenta la autoestima. Cuando vivimos en pareja, nos abrimos al otro, damos y recibimos. La pareja y la relación ocupan un espacio que se derrumba con la ruptura. Sobre todo para aquellas personas que solo se veían en el espejo que el otro les proporcionaba.

Después de una desilusión amorosa no solo cambia la forma en que vemos la pareja, sino también cómo nos apreciamos a nosotros mismos sin ella. Algo que conviene no reprimir son las lágrimas. Cuando se vive un terremoto interno, los afectos se desbordan y la pérdida del otro levanta olas de dolor. Es necesario expresar lo que se siente. Reprimir el dolor implica anestesiarse y no poder elaborar psicológicamente lo que nos está pasando.

La reconstrucción del yo, que debe volver a ser independiente y orientarse hacia el futuro, depende de nuestra capacidad de utilizar las emociones para liberar tensiones internas. Dejar estallar la ira ayuda a liberarnos del otro. Tras la tristeza viene el tiempo del enfado. La ira sacude el abatimiento ligado a la conmoción, aleja la depresión y lleva a la acción. Sentirse resentido con el que se fue protege nuestro yo. Más adelante hay que hacer frente a las responsabilidades propias.

EMPATÍA Y AFECTO.

Tenemos que buscar la protección adecuada y cuidarnos. Es preferible no frecuentar parejas felices que recuerden lo que no se tiene. La experiencia se encuentra todavía muy próxima. Cuando se vive un duelo, el aislamiento temporal favorece la evolución del psiquismo y la adaptación a la nueva situación. Los familiares pueden atribuirse la misión de sostener nuestra tristeza, pero nada garantiza que lo hagan bien, sobre todo cuando citan sus propias experiencias.

En el contexto del padecimiento amoroso, no son las palabras del entorno las que ayudan, sino más bien la capacidad de mostrar empatía, afecto, amistad. También hay que atreverse a tener miedo. Miedo de no volver a amar, pero también miedo a volver a hacerlo. Se teme lo peor y lo mejor. Estos miedos señalan que la historia anterior se está cerrando y que el futuro se abre. Es también el momento en que se piensa en el pasado con nostalgia, pues ya no es necesario odiar a quien se amó. Activar el desapego y reconocer que esa aventura fue bella implica no tirar al cubo de la basura lo que nos constituye: nuestras elecciones, sueños y deseos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario